Enviado por Silvia Ribeiro el
De Palestina a Brasil, pasando por Indonesia, Sri Lanka, Mozambique, País Vasco, Kurdistán, países europeos y latinoamericanos, llegaron hasta la Amazonia más de 170 delegadas y delegados de la Vía Campesina, pescadores artesanales y otros movimientos y organizaciones sociales, a la Conferencia internacional sobre reforma agraria en Marabá, Pará, Brasil, del 13 al 17 de abril de este año. La cita tenía mucha historia, razones y urgencias, además de abrazar desde los movimientos de todo el mundo el acto de memoria y protesta a 20 años de impunidad de la masacre de 19 campesinos en Eldorado dos Carajás en 1996, crimen de Estado a favor de latifundistas y por mano de la policía militar.
A 20 años de esa masacre de campesinos sin tierra, que motivó que La Vía Campesina declare el 17 de abril Día Mundial de las Luchas Campesinas, la criminalización y represión de campesinos, trabajadores rurales, defensores de territorios y derechos, incluso en regiones como Europa, sigue siendo un tema que atravesó las participaciones en la Conferencia, desde todas las esquinas del planeta.
Situación más grave aún sabiendo que la lucha por la tierra y por seguir siendo campesinas y campesinos, no sólo es justa, es un aspecto fundamental de la sobrevivencia de todos, estemos en campo o ciudad, y es un elemento esencial para responder a las más graves crisis planetarias.
Un 70 por ciento de los habitantes del planeta se alimentan gracias a la producción campesina, la pesca artesanal, la recolección de alimentos silvestres, las huertas urbanas. Pese a este notable aporte, solamente tienen 25 por ciento de la tierra agrícola global. (Grain, 2014, goo.gl/6uR1R7) 90 por ciento son campesinos e indígenas y hay millones de trabajadores agrícolas sin tierra. En casi todo el planeta, sufren ataques permanentes a sus modos de vida, tierras y recursos, además de políticas públicas discriminatorias, clientelares o para generar dependencia.
Sus tierras, en muchos casos las que quedaron después de ser desplazados de las praderas más fértiles, siguen siendo codiciadas y arrebatadas por grandes inversionistas, sea para instalar monocultivos de granos de exportación y/o árboles, para explotar otros recursos, para abrir paso a proyectos de infraestructura, energía, ampliación especulativa de mancha urbana, para transporte para todos esos emprendimientos o hasta para especular con mercados de carbono. O deben abandonarlas porque les secan y contaminan las fuentes de agua.
En todos los casos, la vida, las culturas, la enorme y esencial contribución histórica y presente de las formas de vida campesina e indígenas, parece siempre quedar en último lugar. No sólo en políticas que favorecen los intereses corporativos, también por el mito falso de que campesinos e indígenas producen poco, cuando en realidad son responsables de la alimentación de la mayoría de la población mundial.
La contracara es que el sistema alimentario agroindustrial, dominado por empresas trasnacionales, ocupa la mayor parte de la tierra y usa entre 70 y 80 por ciento de todos los combustibles y agua que se usan en la producción alimentaria, contaminando con agrotóxicos suelos, aguas y la comida de todos, con enorme desperdicio de alimentos desde el campo a los hogares. Esto es el principal factor de cambio climático, aunque solamente alimenta 30 por ciento de la población mundial y emplea una ínfima parte, la mayoría en semiesclavitud o salarios miserables.
Estas condiciones hacen que la lucha campesina por la tierra sea aún más importante. La conferencia de Marabá afirmó esa lucha, pero también dejó claro que su camino va mucho más allá. A partir de reflexiones y experiencias acumuladas en sus regiones, creciendo las conclusiones de su conferencia internacional de 2012 en Indonesia, plantearon nuevas metas y desafíos. Integraron a sus metas el concepto de reforma agraria popular, propuesto desde el trigésimo Congreso del Movimiento Sin Tierra de Brasil: la producción alimentaria es un tema de toda la sociedad y requiere ser asumida por todos los movimientos. La necesidad de alimentos es de todos, así como los impactos en salud, ambiente, sociales, económicos, culturales que el sistema agroalimentario conlleva. El sistema industrial es controlado por unas cuantas empresas trasnacionales que operan en todo el planeta y son un pilar fundamental del sistema de explotación global. Otros desafíos que formularon fue pasar de la lucha por la tierra a la defensa de territorios; integrar los conceptos de autonomía y soberanía alimentaria; cambiar el modelo de producción agrícola capitalista por otros basados en agricultura ecológica y campesina, cuestionando no sólo la propiedad de la tierra, sino también la matriz tecnológica que subyace al modelo capitalista; fortalecer los procesos permanentes de reflexión y formación política y teórica; desarrollar y crear medios propios de comunicación, a la par que denunciar la manipulación informativa de medios masivos; afirmar la lucha feminista, de género y por diversidad sexual; construir alianzas con otros movimientos y luchas urbanas y rurales; articularse a nivel internacional, especialmente contra trasnacionales, contra la criminalización; afirmar la solidaridad internacional en zonas de guerra como Palestina y Kurdistán.
Cuando lanzaron la convocatoria de la conferencia, no sabían que coincidiría con el reality show de votos comprados en el Congreso de Brasil para esta nueva clase de golpes de Estado. La conferencia lo denunció y expresó todo el apoyo a los movimientos contra el golpe. Pero la mejor medida fue sin duda la reflexión colectiva y crítica sobre lo construido, los errores, faltas y aciertos, asumiendo un amplio espectro de nuevos desafíos.
*Integrante del Grupo ETC
Publicado en La Jornada, México, 30 de abril de 2016