Enviado por ETC Staff el
El último juguete propagandístico de la industria de los transgénicos es un documento creado por una institución estadunidense llamada National Center for Food and Agricultural Policy (NCFAP), que dice haber hecho un informe independiente sobre 40 estudios de caso de 27 cultivos transgénicos en Estados Unidos.
Según la presentación de este informe, hecha por Agrobio México, asociación civil para promover los transgénicos y creada por las multinacionales Monsanto, Aventis, DuPont, Savia y Syngenta, referida en prensa (El Financiero y La Jornada, 14/08/02), seis cultivos de transgénicos, aprobados comercialmente en Estados Unidos, producen 6 millones 350 mil toneladas adicionales de productos utilizando el mismo espacio, incrementan el ingreso agrícola en 2 mil 500 millones de dólares y reducen el volumen de plaguicidas en 73 mil 940 toneladas.
El informe de la NCFAP dudosamente puede llamarse independiente -fue financiado, en su mayor parte, por Monsanto, BIO (Organización de la Industria Biotecnológica), el Council for Biotechnology Information (un aparato de propaganda de las mismas industrias) y varias sociedades con claros intereses comerciales en el tema.
Pero afirmaciones tan contundentes exigen una mirada más cercana. Para empezar, el informe de la NCFAP no coincide con lo que presenta Agrobio: según esa institución, los seis cultivos aprobados comercialmente en Estados Unidos -soya, maíz, algodón, canola, papaya y calabaza- habrían producido un millón 814 toneladas adicionales, elevando el ingreso agrícola en mil 500 millones y reducido el volumen de plaguicidas en 20 mil 865 toneladas. Los datos que da Agrobio son la especulación de NCFAP de lo que podría suceder si se ampliara la producción comercial de transgénicos a los 27 cultivos que incluye el informe. Esas cifras serían un ingreso "futuro" tan creíble como los que incluyó Enron en su contabilidad para mostrar salud. Si analizamos lo que queda de "presentes", veremos que son igualmente etéreos.
Según Charles Benbrook, economista agrícola y autor de varios estudios sobre los resultados de los transgénicos en el campo, el informe de la NCFAP tiene fallas importantes. Por ejemplo, la mayoría de los datos positivos se basan en dos cultivos: el aumento del ingreso por la soya transgénica (mil millones) y el aumento de volumen de producción en el caso del maíz (un millón 580 toneladas), cifra que, aunque impresione, representa solamente 0.6 por ciento de la producción de maíz de Estados Unidos.
Pero el cálculo de las entradas de los agricultores en este estudio no se basa en ingresos, sino en el "ahorro" de lo que habrían gastado si con la soya hubieran usado otros herbicidas más caros. Este escenario no existe, porque los que no cultivan soya transgénica tolerante a un herbicida, advierte Benbrook, no necesariamente aplican
otros herbicidas, compran la semilla más barata, y en muchos casos, aun sin hablar de cultivos orgánicos, tienen métodos complementarios no químicos que les abaratan el costo. La soya transgénica requiere mayor volumen de herbicidas (un promedio de 11 por ciento más, según Benbrook, en un informe de mayo de 2001 para Northwest Science and Environmental Policy Center) y produce menos que la soya convencional (2 a 8 por ciento menos).
En el caso del maíz, el aumento de volumen es real -aunque sólo sea un porcentaje mínimo de la producción total-, pero no compensa el gasto extra de los agricultores en las semillas transgénicas, que son más caras. Según otro estudio de Benbrook (When does it pay to plant Bt-corn?), en el que analiza la producción de maíz en el periodo 1996-2001, los agricultores pagaron 659 millones de dólares extra por la semilla transgénica, mientras que el valor del volumen adicional producido realmente por éstas fue de 567 millones de dólares, es decir, perdieron 92 millones de dólares. El mismo informe muestra que la efectividad del maíz Bt sólo compensa la inversión en casos de ataques severos de la plaga para la que se ha manipulado, que en su mayoría es el barrenador europeo del maíz y que en México no existe.
En el caso del algodón transgénico, también festejado por Agrobio en su presentación, se debe poner especial atención, pese a aparentes buenos resultados de inicio, ya que la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) prohibió en septiembre de 2001 su cultivo en Florida, Puerto Rico, Hawai e Islas Vírgenes por el surgimiento de malezas resistentes e impactos en la biodiversidad, debidos a la transferencia de transgenes a parientes silvestres y a otras plantas de algodón. México es mucho más propenso a esta transferencia por tener mayor diversidad de algodón.
A la luz de los hechos reales, de los pobres resultados obtenidos y los impactos que se van demostrando en los pocos países que han aprobado la siembra comercial de transgénicos (99 por ciento en cuatro países y el restante uno por ciento en otros nueve), las empresas que los producen necesitan desesperadamente nuevos mercados, donde todavía no se tenga información suficiente y a los que llegan con información parcial o falseada. No es extraño, entonces, que esas empresas estén presionando para que México levante la moratoria que impide la siembra de maíz transgénico. Lo sorprendente es que tengan estómago para hacerlo cuando en México, cuna del maíz y reservorio mundial del cultivo, el propio Instituto de Ecología acaba de confirmar una vez más la gravedad de la contaminación transgénica ilegal del maíz nativo. ¿O será que creen que si se legaliza la contaminación se diluirá su responsabilidad?
Silvia Ribeiro
Publicado en La Jornada, México, 2 de septiembre del 2002.