Enviado por ETC Staff el
Craig Venter se hizo famoso en todo el mundo cuando en el año 2000 anunció que había completado el primer borrador del mapa genético humano. En ese momento estaba al mando de la empresa privada Celera Genomics, fundada por él mismo, que compitió con la iniciativa pública internacional de investigación Proyecto Genoma Humano. Venter había comenzado como parte del proyecto público internacional de secuenciamiento del genoma humano, y aun siendo parte éste, intentó patentar en 1991 miles de secuencias genéticas del cerebro humano. No lo consiguió, por las protestas que se levantaron. Más tarde dejó el proyecto público y fundó su propia compañía, para competir con éste. Finalmente llegaron al acuerdo de hacer el anuncio en conjunto.
En 1999, Celera Genomics presentó solicitudes de patentes de secuencias totales o parciales de ADN del genoma humano relacionadas con 6 mil 500 genes. El mismo año, Venter anunció que Celera Genomics estaba a punto de lograr, por primera vez, construir artificialmente una forma de vida. Se trataba de un organismo con aproximadamente 300 genes tomados de un microbio. En ese momento, Venter dijo que Celera iba a abandonar este proyecto, por las implicaciones éticas que podría tener: por ejemplo, ser un modelo para construir armas biológicas.
Los escrúpulos no le duraron demasiado tiempo. El 13 de noviembre de 2003, Venter anunció que la fundación de investigación creada por él, el Institute for Biological Energy Alternatives (IBEA), había logrado construir en 14 días un virus bacteriófago, partiendo de cero. Es decir, no un transgénico (una forma de vida existente a la que se le insertan genes de otros organismos) sino una forma de vida artificial construida totalmente desde el principio, utilizando secuencias genéticas obtenidas comercialmente.
El proyecto fue financiado por el Departamento de Energía de Estados Unidos. Según el comunicado de prensa de IBEA en esa fecha, proyectos precedentes a éste ,del cual tomaron la información, no tendrían problemas éticos "si es que los científicos se involucraban en una discusión pública". Sin embargo, el secretario de Energía estadunidense, Spencer Abraham, anunció junto con Venter que como los avances científicos en esta área podrían "abrir la posibilidad de usos dañinos de la nueva tecnología, líderes de la comunidad científica y de seguridad nacional ya han concertado deliberaciones para determinar el camino a seguir para maximizar el progreso científico y tomar debida cuenta de todas y cada una de las preocupaciones éticas y de seguridad". Sobre el nivel de preocupaciones éticas de los encargados de la seguridad de ese país tenemos noticias frescas todos los días, sobre todo a partir de que se hizo público el tratamiento a los prisioneros de guerra en Irak.
Pero Venter no se quedó en casa mirando las noticias, y posiblemente tampoco discutiendo en esos comités de ética. Con 9 millones de dólares del Departamento de Energía, salió a recorrer el mundo en su yate,laboratorio Sorcerer II (Hechicero II), en una de las expediciones científicas más asombrosas de todos los tiempos: recoger la biodiversidad microbiana de los mares más ricos del planeta, buscando nuevos organismos a partir de los cuales construir otras nuevas formas de vida. Ya han recogido miles de muestras del Mar de los Sargazos, de los mares de México, Costa Rica, Panamá, Islas Galápagos, y ahora están en la Polinesia Francesa. Según Venter, con su método de "secuenciamiento genómico ambiental", que le permite mapear genomas enteros de múltiples organismos simultáneamente, ya han identificado más de 1.2 millones de genes antes desconocidos, y alrededor de 800 microrganismos fotorreceptores. Las muestras ya han sido enviadas a Estados Unidos.
Pero, ¿dónde está la discusión pública que, según Venter, garantizaría los aspectos éticos? ¿Cuál es el acuerdo de Venter con los gobiernos de los países de donde está sacando la biodiversidad? ¿En qué condiciones? ¿Las poblaciones de esos países lo saben? ¿Aprueban los fines para los que serán usadas? Según IBEA, hay acuerdos con todos esos gobiernos, la información de las secuencias genéticas será publicada en Internet e IBEA no solicitará patentes por ellas. Pero nada dice que las empresas que utilicen esas secuencias no patentarán y privatizarán los resultados de lo que hagan con ellas. Paradójicamente, la información sobre este emprendimiento se anunció al mismo tiempo que México estaba en el Convenio de Diversidad Biológica, liderando el Grupo de Países Megadiversos ,que integran varias de las naciones por donde pasó Venter, y negociando regulaciones de "reparto de beneficios" por el uso (¿o venta?) de la biodiversidad. Según Venter, el contrato de IBEA en México se hizo con la UNAM. En Ecuador, con el Parque Nacional de Galápagos. En Chile, con la Universidad de Concepción. ¿Será que estas instituciones tienen la "soberanía" sobre los recursos biológicos de sus respectivos países, y por tanto pueden entregarlos a este famoso magnate de la genómica que no dudó en abandonar sus compromisos públicos en aras de sus ganancias particulares?
Silvia Ribeiro